-Moka, por favor-
-¿Desea acompañarlo con una rebanada de chesse cake?-
-No, por el momento sólo el café. Gracias.-
Imagine usted por un momento, que, en la comodidad del respaldo de su asiento, se prepara para degustar un aromático café cuando ve llegar a un trío de malandros malencarados, feos y armados a lo zeta irrumpir al lado suyo.
Ahora el que imagina soy yo:
Caras de horror, incredulidad, asombro y desencanto… de los malechores por supuesto. Es que no puedo creer, a pesar de la lógica explicación de que no conocían el entorno, ignoraban el qué iban a hacer, y he llegado a dudar que siquiera supieran utilizar las armas que tenían, que un sábado, a las seis de la tarde, y en la plaza de mayor afluencia de la ciudad, creyeran que podrían “asaltar” un comercio así nomás como así.
Sí, no podemos negar que tanto ocean eleven hollywoodense, o los bazucasos a los camiones de valores en el DF inspiren a cualquier huevón sin muchas ganas de trabajar a soñar con salirse, a lo Brad Pitt o George Clooney, con la suya con unos milesitos de pesos. El problema básicamente radica que en para asaltar un local comercial, mínimo, pero de verdad, lo mínimo que se necesita es ser asaltante.
A veces no basta con tener la intención acompañada del sueño guajiro. A veces hay que tener… valor. Y es aquí en donde hay que agradecerle a este venezolano y a sus dos compinches guerrerenses que hayan decido ser hojalateros, pintores y miembros de la economía informal, por que no quiero ni pensar qué hubiera pasado si es que de casualidad alguno de ellos estuviese un poquito más maleado, ya vemos de por sí que ahí por los acapulcos están bien abusados para eso de las decapitaciones.
El punto es que, poco a poco, nuestra ciudad está cada vez más viciada con situaciones que antes jamás se vieron, y lo que es peor, cada vez nos sorprende menos, nuestra capacidad de asombro se va reduciendo al mínimo y dentro de muy poco hasta acostumbrados estaremos.
-¿Desea acompañarlo con una rebanada de chesse cake?-
-No, por el momento sólo el café. Gracias.-
Imagine usted por un momento, que, en la comodidad del respaldo de su asiento, se prepara para degustar un aromático café cuando ve llegar a un trío de malandros malencarados, feos y armados a lo zeta irrumpir al lado suyo.
Ahora el que imagina soy yo:
Caras de horror, incredulidad, asombro y desencanto… de los malechores por supuesto. Es que no puedo creer, a pesar de la lógica explicación de que no conocían el entorno, ignoraban el qué iban a hacer, y he llegado a dudar que siquiera supieran utilizar las armas que tenían, que un sábado, a las seis de la tarde, y en la plaza de mayor afluencia de la ciudad, creyeran que podrían “asaltar” un comercio así nomás como así.
Sí, no podemos negar que tanto ocean eleven hollywoodense, o los bazucasos a los camiones de valores en el DF inspiren a cualquier huevón sin muchas ganas de trabajar a soñar con salirse, a lo Brad Pitt o George Clooney, con la suya con unos milesitos de pesos. El problema básicamente radica que en para asaltar un local comercial, mínimo, pero de verdad, lo mínimo que se necesita es ser asaltante.
A veces no basta con tener la intención acompañada del sueño guajiro. A veces hay que tener… valor. Y es aquí en donde hay que agradecerle a este venezolano y a sus dos compinches guerrerenses que hayan decido ser hojalateros, pintores y miembros de la economía informal, por que no quiero ni pensar qué hubiera pasado si es que de casualidad alguno de ellos estuviese un poquito más maleado, ya vemos de por sí que ahí por los acapulcos están bien abusados para eso de las decapitaciones.
El punto es que, poco a poco, nuestra ciudad está cada vez más viciada con situaciones que antes jamás se vieron, y lo que es peor, cada vez nos sorprende menos, nuestra capacidad de asombro se va reduciendo al mínimo y dentro de muy poco hasta acostumbrados estaremos.
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